viernes, 6 de agosto de 2010

Domingo Villar, La playa de los ahogados

Galicia nos ofrece desde tiempos inmemoriales regalos de su tierra como, por ejemplo, sus productos del mar y de sus rías, sus parajes repletos de fuerza y belleza, su vino blanco que poco o nada tiene que envidiar a un buen burdeos y, desde hace algunos años, la obra literaria de un vigués especializado en el género negro. Con dos novelas en su haber, ambas protagonizadas por el inspector Leo Caldas, Domingo Villar irrumpió en el año 2006 con Ojos de agua. Ahora publica La playa de los ahogados, novela que supera con creces el pulso literario (aunque parezca mentira) de su ópera prima.

Domingo Villar vive en la actualidad en Madrid, hasta hace relativamente poco dedicado al trabajo de guionista para el cine y la televisión (a día de hoy, debido al gran éxito de sus dos novelas, puede centrarse exclusivamente en su tarea literaria). Además, como su propio personaje Leo Caldas, participa como colaborador en un programa de radio hablando de vino y gastronomía (aunque el inspector lo hace para recibir las quejas de los ciudadanos de a pie). Aparte de su origen gallego y de que su familia se dedica a la viticultura allá en la tierra de las meigas, poco más les une.

Vigo es la ciudad que hace de puente entre el autor y su obra. Si bien el escritor ya no se encuentra in situ en el escenario de la acción, tal vez por eso mismo sus descripciones de calles, panorámicas y locales donde ir a tomar un vino o unos percebes entre investigación e investigación, toma un cariz de esencia, de evocación y de memoria. De ese modo, al lector le llegan nítidamente todos los detalles que por regla general las personas obviamos cuando lo que nos envuelve es algo cotidiano y sobradamente conocido. La evocación del autor gallego se convierte en una realidad suficientemente sólida en nuestra imaginación para que creamos pasear junto al inspector Leo Caldas y a su ayudante Rafael Estévez (un maño como un armario y con muy mala leche que no entiende el modo de ser gallego, sobre todo eso de contestar a una pregunta con otra pregunta o la superstición que les hace escupir al suelo tras tocar algo de hierro y que normalmente acaba mancillando sus lustrosos zapatos).

Inevitablemente, la narrativa de Domingo Villar recuerda lo mejor de la obra del ya consagrado escritor sueco Henning Mankell. Sus personajes protagonistas (Leo Caldas y Kurt Wallander), además de ser inspectores, están recientemente separados, beben un poco más de la cuenta, tienen un padre que vive solo y que no recibe toda la atención que se esperaría de su hijo, y, ante todo, no son hombres de acción. Por otra parte, a ambos se les percibe un cansancio vital que aparece al abandonar por unos momentos la investigación. Además, su vida se centra casi de forma exclusiva en su trabajo, tal vez para de ese modo alejar a los fantasmas que se ciernen sobre su vida privada. No obstante, existe un punto diferencial muy importante entre una obra y otra: la del escritor gallego está salpicada de tanto en tanto de tics de humor, por lo que le resta transcendencia y seriedad excesiva a su trama argumental y a la psicología de sus personajes.

De la historia en sí de su segunda obra poco comentaré, ya que no hay nada más odioso que te den demasiados detalles tratándose de una novela policiaca. La trama se desarrolla entre Vigo y Panxón, un pueblo costero que durante los meses de otoño e invierno permanece prácticamente desierto. Allí sólo quedan unos pocos vecinos, algunos de ellos pescadores. Uno de ellos, Justo Castelo, aparece una mañana ahogado en la playa. Nada de esto hubiese sido extraordinario si no fuera porque llevaba las manos atadas. Lo que en un primer momento todo parece vaticinar que se trata de un suicidio (los del lugar lo describían como alguien callado, serio y taciturno y que llevaba mil demonios en su interior) poco a poco se va descifrando como un asunto más turbio de lo previsto y que proviene de viejas heridas que nunca cicatrizaron. A partir de este punto Leo Caldas y Rafael Estévez irán tirando del hilo del ovillo, que nunca será del todo fácil por la ambigüedad y, en muchos casos, temor de aquella gente de mar.

Sólo remarcaré, para finalizar, que os recomiendo encarecidamente esta lectura porque no saldréis decepcionados. Literatura de esta calidad poca se encuentra. ¡Larga vida a esta serie! Aprovechadla.

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