viernes, 30 de abril de 2010

Anne Michaels, Piezas en fuga

De Anne Michaels sabemos muy poco. Sabemos que es una autora canadiense. Sabemos que nació en Toronto, en 1958. Sabemos que ha escrito dos novelas y cuatro poemarios. Y también sabemos que se toma su tiempo para escribirlos. Aparte de todo esto – bien poco – no sabemos nada más. Por lo tanto es uno de esos autores por quienes ha de hablar más su obra literaria que sus acontecimientos vitales de dominio público.

Desde la publicación de su primera novela, Piezas en fuga, hasta la aparición de su segunda y última novela, La cripta de invierno, han pasado doce años. Solo he leído su ópera prima y debo reconocer que si Anne Michaels tardó en dar a conocer su primera obra de ficción (tenía 38 años) es porque no revela al mundo nada de lo que luego tenga que avergonzarse. Escritores así hay pocos, sobre todo en la gris y poco alentadora actualidad, donde prima más el oportunismo comercial que la calidad de una obra original. Precisamente gracias a esta originalidad en su lenguaje y en su desarrollo, Anne Michaels ganó con Piezas en fuga algunos de los premios más importantes que se otorgan en lengua inglesa. Piedras preciosas así no pasan desapercibidas entre lectores ávidos de una narrativa construida con talento.

En este caso, tal vez, la historia es lo de menos, por lo que no entraré en detalles sobre su trama argumental. Lo que sí desearía destacar es en cómo construye sus personajes a través del lenguaje, mediante escenas e imágenes llenas de una belleza inusual y cautivadora y no por ello en ocasiones cruel. Sus protagonistas, Jakob y Athos, tienen el nivel necesario para formar parte del grupo consagrado de parejas literarias universales. Jakob, un chico judío, tras perderlo todo en la vida a causa del horror nazi, es protegido e instruido por un profesor griego de nombre Athos. Juntos emprenderán un viaje vital a lo largo de los años y de las páginas de este libro. Toda una historia que, más que explicar, se debe leer.

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